(Textos para reflexionar)
1) A las ocho y quince de la mañana, del seis de Agosto de mil novecientos cuarenta y cinco, la mujer
termina de dar a luz una hermosa beba de casi cuatro quilos, en medio del festejo de la experimentada
partera, del esposo de la joven madre primeriza y de los padres de ella que ahora estrenan su título de
abuelos, brindando con el té del desayuno que no alcanzan a beber porque se mueren ese mismo día, en
ese preciso instante, junto al joven padre, a la experimentada partera y a la mujer que acaba de parir
una beba que acaba de nacer y de morir.
2) Después del ruido infernal, sólo comparable al estallido de un volcán en erupción, y después del
hongo plateado que se eleva por el aire desde una columna gigantesca de humo, la radio del avión no se
cansa de repetir: Enola Gay. Repórtese, Enola Gay. Informe de los resultados. Enola Gay, responda.
Pero en la cabina de la fortaleza voladora, el hombre está mudo, solo y sordo, sin saber exactamente lo
que hizo ni lo que había sucedido en el impacto, queriendo olvidar por un momento el ruido de la
bomba y tratando de huir de aquel hongo de polvo y gas.
3) Nadie recuerda hoy el nombre del hombre que accionó el mecanismo de la puerta que dejó caer la
bomba atómica sobre Hiroshima, pero podemos oír el estallido que golpeó a la Humanidad entera,
obligándola a volver al mismo sitio, al mismo hoyo, al mismo espacio aéreo que se quebró como un
cristal en mil pedazos aquella mañana de Agosto, dejándonos la horrible sensación de complicidad. Lo
que más me aterroriza es la sospecha de que mi mano es muy parecida a la mano del hombre del avión
y que mi rostro sólo se diferencia de su rostro por mis ojos caídos y que quizá mi alma tampoco se
hubiera lastimado con el estampido del cilindro que cayó sobre mí y que yo sólo hubiera querido huir
de la nube con forma de hongo.
8
Movimiento de Educadores por la paz
Uruguay
4) Un joven se despierta para ir a su trabajo; una anciana espera a su nieta para pasar juntas el día; dos
muchachas terminan de peinarse mutuamente para salir a la calle; varios niños quieren quedarse un
poco más en la cama porque están de vacaciones en la escuela; un señor barre la vereda frente al
comercio de su propiedad que acaba de abrir y todos hubieran comenzado este día casi en forma
normal, con el ruido lejano de una guerra que parecía de otros, si no fuera porque en un instante todo se
volvió vacío, luz incandescente, silencio total y en fracciones de segundos nadie oyó nada, nada se
movió y para todas esas personas lo demás fue la nada.
5) A sesenta y cuatro años de la explosión en Hiroshima muchos turistas acuden al agujero que hace las
veces de monumento o memorial o testimonio del lugar exacto donde dicen que cayó la bomba asesina,
pero ninguno de ellos (y a la distancia, quizá, tampoco ninguno de nosotros) se mira para dentro y ve el
inmenso hoyo que tenemos como deuda pendiente con todas las cosas que debemos hacer para la paz,
porque los ecos de aquel seis de Agosto siguen sonando década tras década, generación tras generación
y cada uno de nosotros lleva consigo su propio cráter que debe descubrir y que estos extraños visitantes
disimulan sacando fotos con máquinas inútiles.
6) Un sobreviviente de Hiroshima yace en una cama de hospital y por su cabeza sólo giran preguntas:
¿Por qué las personas somos capaces de hacer semejantes atrocidades? ¿Quién dio la orden? ¿Quién la
obedeció? ¿Qué sintieron las decenas de miles de muertos ese día? ¿Qué sintieron las decenas de miles
de heridos ese día? ¿Qué se dijo en el mundo? ¿Qué sintió la Humanidad cuando supo? ¿Qué justicia se
hará? ¿Cuándo será el tiempo de la paz? Pero sólo una pregunta lo conmovió hasta los huesos: ¿Se
volverá a repetir esta masacre? Y lloró en silencio unos instantes y desde entonces no sonrió más.
7) Y acá estoy. Sentado muy cerca del memorial al holocausto atómico. Veo pasar indiferentes a mis
connacionales, mis compatriotas, mis contemporáneos, mis conciudadanos, los habitantes de Japón. La
mayoría son más jóvenes que yo. Algunos se parecen a mis padres que todavía conservo en una foto
que ya tiene más de sesenta años. Aquellas muchachas sonríen con sus novios como solía sonreír mi
hermana embarazada cuando hablaba de todo lo que le enseñaría a su hijita. Varios niños corren a las
risas como corríamos nosotros en la escuela. Trato de recordar el nombre del hombre que accionó la
palanca, pero no puedo. Trato de recordar al joven que veía salir para su trabajo o al señor que barría la
vereda, pero tampoco puedo. Halo los fierros curvos de mi silla que ya es parte de mí y echo a andar
por la enorme explanada de la ciudad que me tiene aprisionado para siempre. La gente sigue presurosa
a ningún lado. Nadie mira el hoyo ni me mira. Una niña pregunta qué es esa figura humana que parece
pintada de negro en esa piedra, pero sus padres no saben responder. Yo sí sé que aquella mañana de
Agosto era una persona y esa es la huella que dejó en el instante del impacto, pero tampoco sabría dar
una respuesta.
Ignacio Martínez
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